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lunes 28 abril 2025

Luis Mis-Héctor Cobá-Ernestina Mac Donald-Armando Castillo

LA TRAMPA DEL ÉXITO: CUANDO EL TALENTO SE PONE AL SERVICIO DE LA DESTRUCCIÓN

El GATO MAYA

Por Luis Mis

Vivimos en una era donde la industria musical ha dejado de ser sólo entretenimiento para convertirse en un arma cultural, poderosa y peligrosa. Algunos exponentes del rap contemporáneo —particularmente aquellos que presumen un origen callejero— han cruzado una línea alarmante: la que va del arte a la apología del crimen, la vulgaridad y lo blasfemo. Lo más grave es que muchos de ellos, quizás sin plena conciencia, se han convertido en instrumentos de una narrativa destructiva que contamina a la juventud.

No se trata de censura ni moralismos baratos. Se trata de hacer una crítica frontal a los discursos que, disfrazados de rebeldía o autenticidad, glorifican el consumo de drogas, el abuso del cuerpo y la violencia como estilo de vida. ¿Dónde quedó la responsabilidad del artista? ¿Qué clase de futuro se está sembrando cuando el mensaje dominante en las canciones es el de la autodestrucción?

Muchos de estos intérpretes afirman que “no tiran al cristianismo”, pero sus letras y presentaciones públicas narran lo contrario: ataques velados a la espiritualidad, exaltación del ego y desprecio por los valores humanos fundamentales. No es necesario hablar de religión para darse cuenta que detrás de este fenómeno hay un vacío ético profundo.

Y no se trata de envidia ni competencia entre “seculares y cristianos”. El talento, cuando no tiene dirección ni propósito, puede convertirse en un arma peligrosa. Incluso el mejor de los dones, mal empleado, es capaz de arrastrar a miles por el camino del dolor.

La apología del narcotráfico, que hoy se esconde en beats pegajosos y frases de impacto, está haciendo más daño que muchos carteles. Lo más inquietante es que sus principales voceros se disfrazan de benefactores, realizan actos públicos de ayuda, posan para la cámara repartiendo juguetes o apoyando causas nobles. Pero su mensaje real es otro: el culto a la droga, al dinero fácil, al “todo vale”.

Millones de jóvenes los siguen creyendo que esa vida les traerá fama y fortuna. La realidad es otra: muchos terminan quebrados, solos, hundidos en adicciones o sobreviviendo de la basura. Eso no es éxito, es tragedia disfrazada.

No es necesario que estos raperos sean conscientes de a quién sirven con sus letras. El daño está hecho. Por eso, no se puede callar. Si una sola vida se salva al escuchar un mensaje diferente, más humano, más limpio, más honesto, entonces vale la pena seguir hablando.

Porque mientras el negocio de la destrucción siga siendo rentable, la verdad tiene que incomodar.