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lunes 28 abril 2025

Luis Mis-Héctor Cobá-Ernestina Mac Donald-Armando Castillo

FRANCISCO, EL PAPA QUE HABLÓ CON EL CORAZÓN DEL MUNDO

Por Luis Mis

Este día, la humanidad despide no sólo a un líder religioso, sino a una conciencia viva de nuestro tiempo.

Ha muerto el Papa Francisco, el pontífice que rompió moldes, desarmó protocolos y caminó con los pobres, los migrantes, los olvidados. Con su partida, se cierra una era en la historia de la Iglesia Católica, pero se abre un legado poderoso que trasciende credos y fronteras.

Jorge Mario Bergoglio no fue un Papa de mármol ni de dogmas fríos. Fue un pastor que olió a oveja, que abrazó a la gente común, que lloró con las víctimas de abuso y que incomodó a los poderosos. Su pontificado estuvo marcado por una revolución silenciosa: la de la ternura, la misericordia y la justicia social. Su estilo directo y compasivo renovó el diálogo de la Iglesia con el mundo moderno.

Francisco se atrevió a decir lo que muchos callaban: que el capitalismo salvaje excluye, que la Tierra está herida por la ambición humana, que el clericalismo es un mal profundo dentro de la Iglesia, que los muros son una negación del Evangelio. Fue, sin duda, el Papa de las periferias, de los descartados, de quienes no tienen voz.

En medio de guerras, pandemias, crisis climáticas y polarización política, Francisco sostuvo con firmeza su frase más memorable:
«La esperanza es audaz; sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna.»

Porque si algo definió a Francisco fue su capacidad de hablar con esperanza, incluso en medio del dolor. No impuso, propuso. No juzgó, abrazó. No se refugió en el poder, lo desmontó.

Hoy, su silla está vacía, pero su voz sigue sonando en las calles, en las comunidades, en cada gesto de amor solidario. Su legado no es solo doctrinal, es profundamente humano: nos recordó que la fe no sirve si no se convierte en servicio. Que Dios no está solo en los templos, sino en cada rostro sufriente.

Francisco se va, pero nos deja un testamento claro: la Iglesia debe ser un hospital de campaña, no un museo para perfectos. Nos toca ahora a todos —creyentes o no— asumir el llamado que hizo con su vida: vivir con humildad, actuar con compasión, construir un mundo donde nadie quede atrás.

Descanse en paz el Papa de los puentes. Su Evangelio sigue caminando entre nosotros.